El escritor, autor de una carta
pidiendo disculpas por su conducta a los doce años hacia un profesor escolar,
luego de casi cuarenta años de haberlo ofendido dice: “Nadie en la vida está
exento de tener que pedir disculpas. Todas las personas merecen recibir una y
todas necesitan decir "lo siento”
En numerosas ocasiones las ofensas
que recibimos son reales y dolorosas. Lesionan nuestros sentimientos y provocan
emociones que pueden afectar todo el resto de nuestras vidas. Y lo mismo ocurre
con aquellas heridas que nosotros provocamos, sean adrede, por ignorancia o
debido a nuestra propia vulnerabilidad que nos lleva a defendernos de la única
manera que podemos.
La Biblia nos enseña cómo debemos
actuar cuando ofendemos a otros:
-
“Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24)
Y también cómo reaccionar cuando
otros nos dañan:
-
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:2-13)
Cristo nos dio un perdón
incondicional sin nosotros merecerlo, pagando por ello con mucho dolor y muerte.
Si nosotros ofendimos y debemos pedir disculpas solo nos costará pronunciar unas
palabras, y aunque quizá nos parezcan lo peor que nos pueda ocurrir en la vida,
en realidad no tienen manera de compararse con el costo que significó para Dios
perdonarnos nuestras ofensas hacia El...
-
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros...” (Romanos 5:6-10)
-
“Quién llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia, y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24)
-
“...Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5)
Fuimos perdonados y reconciliados con
el Padre por medio del Hijo. Y una vez que eso ocurrió, recibimos una
responsabilidad que no podremos eludir:
-
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas: Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:17-20)
¿Cómo podríamos predicar la
reconciliación con Dios si no la tuviéramos con nuestros semejantes? Si sabemos
que alguien está ofendido, podemos comenzar por allí, aplicando lo que Dios nos
enseña... Si estamos ofendidos, podemos comenzar perdonando incondicionalmente,
como Dios lo hizo con nosotros.
Recordemos: ¡Éste
es un buen momento y un nuevo día para comenzar a vivir diferente!
TBS
No hay comentarios:
Publicar un comentario