La nota llevaba por título: “¿Qué
divide a los bárbaros de los civilizados?" Y se basaba en las afirmaciones
de un político al decir “Para nosotros no todas las civilizaciones son
iguales... Las civilizaciones (o culturas)... cambian sin cesar, inscribirlas en
una jerarquía inmutable no tiene ningún sentido... tenemos una relación
universal con la ciencia, las leyes de la física no varían de un país al otro,
los productos de la tecnología tienen un fácil consenso... ¿y qué sucede con la
moral? Barbarie y civilización son dos categorías de origen particular pero cuya
aplicación puede ser universal”
Las civilizaciones cambian ¡es tan
cierto! Para mejoría en la mayoría de los niveles intelectuales, culturales,
sociales y económicos... pero la decadencia moral y espiritual va en progresivo
aumento.
Cuando Dios llamó a Abram el cambio
en su vida fue radical. Tuvo que salir de la tierra de la idolatría y llegar a
la tierra prometida, para que las promesas de Dios se cumplieran en
él:
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“… Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición... vino a él palabra de Jehová diciendo... Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra... Y en aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra...” (Génesis 11:27-28; 12:1-4; 15:1-18)
¿Qué hace la diferencia? No la
hallaremos en un lugar ni en una forma ni en un pensamiento. Veamos lo que dice
la Biblia:
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“Si dijere en tu corazón: ¿Por qué me ha sobrevenido esto? Por la enormidad de tu maldad... ¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?...” (Jeremías 13:22-23)
Sin embargo, aunque no puede cambiar
su piel, el etíope, el europeo o el habitante de cualquier lugar del
mundo, puede cambiar su corazón:
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“Un ángel del Señor habló a Felipe diciendo: Levántate y ve al sur... Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco... volvía sentado en su carro... Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías... entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y... llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios...” (Hechos 8:26-40)
Y en el caso de cada uno de nosotros,
sin importar qué seamos, cómo vivamos o de dónde procedamos, también es el
requisito fundamental ante Dios:
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“Si pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios...Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios... Haced morir pues, lo terrenal en vosotros... habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo... donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. Vestíos, pues como escogidos de Dios...” (Colosenses 3:1-12)
Recordemos: Lo que
hace la diferencia es una Nueva Vida en Cristo...
TBS
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