Cuando
era una jovencita que terminó la escuela secundaria, estaba decidida a
continuar mis estudios y a tener una o dos carreras universitarias, para lo
cual me inscribí en una universidad y comencé a cursar las primeras materias. Al mismo tiempo conseguí un trabajo, donde iba a
poder desarrollar lo que empezaba a estudiar.
Pasó
todo un año, de esfuerzos, de estudios, de fracasos, algo que nunca antes me
había ocurrido en lo concerniente a la escuela y las materias, ya que siempre
fue fácil para mí estudiar y obtener buenas notas.
En esa
misma época comencé a considerar seriamente a Dios y Su Voluntad. Era una
creyente renacida desde los 10 años,
edad en que acepté a Cristo como mi Salvador Personal, a través del testimonio
de Mabel, mi maestra de la Escuela Dominical
en la iglesia a la que comencé a asistir unas semanas antes.
Pero
todos estos años de adolescencia, a pesar de aprender mucho de la Biblia y
asistir cada semana a la iglesia, no tenía ningún compromiso con el Señor. Entonces
a través de la Palabra de Dios y de testimonios de personas que vivían para El,
comencé a orar y buscar que era lo que Dios quería para mi vida.
Así
llegó el momento de consagrar mi vida, mi futuro y todo lo que yo sería al Dios
que me había Salvado y que deseaba guiarme en Su camino. La
consagración incluyó dejar mis propios planes de estudio y seguir los de Dios,
en un instituto Bíblico, para conocerle más a El y a Su Palabra.
Y fue
durante esta etapa de estudios iniciales de la Biblia, que descubrí “ese” versículo,
de 2 Samuel 24:24... “no, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a
Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada.”
Estas
palabras las pronunció el rey David cuando luego de haber censado al pueblo
desagradando al Señor, Dios mismo comenzó la destrucción de su pueblo y David
quiso ofrecer un sacrificio para aplacar Su Ira. Arauna, el dueño de la tierra
donde iba a levantar el altar, le ofreció que tomara todo lo que le hiciera
falta para ello, pero David se negó a hacerlo así y compró por precio todo lo
que usaría.
Esta
historia conmovió mi corazón, ya que David no deseaba nada gratuitamente para
darle a Dios, sino que quería ofrecer algo que le significase un esfuerzo. Y ésa
fue también mi decisión en ese momento, yo deseaba servir a mi Dios, y hacerlo
aunque me costase. Deseaba complacerlo a toda costa. Deseaba que mi vida y lo
que hiciera, tuvieran valor para Dios.
Así
fueron pasando los años… a veces recordando lo que había decidido; otras veces
olvidándolo, en medio del fragor de las luchas, del “servicio mismo”, a través
de los problemas y las alegrías. En
alguna ocasión a lo largo de los años, he renovado ese voto de no darle a Dios
nada sin valor.
Pero, creo
que no fue suficiente… Hace unos días leí lo siguiente:
“Lo que somos es el regalo que nos
hace Dios. Aquello en lo que nos convertimos es nuestro regalo a Dios”. (Citado por Eleanor Powel en People
Hill Talk de John Kobal).
¡E inmediatamente recordé el versículo de 2
Samuel y todo su tremendo significado! Y no pude dejar de pensar en ello.
Dios me dio el regalo más precioso que
alguien pudiera dar: entregó a su Hijo unigénito para que yo tuviese vida
eterna. (Juan 3:16) ¿Puede haber algo
más costoso para entregar que un hijo? Los que somos padres sabemos que no lo
hay. Ese Regalo de Dios me hizo lo que soy: una hija de Dios, con la
posibilidad de servirle y de recibir sus más grandes bendiciones.
¿Y en qué me he convertido yo? ¿Qué clase de
regalo soy yo para mi Dios? ¿Soy un holocausto que cuesta mucho? ¿O lo que le ofrezco
es algo sin valor alguno, que no representa nada para otros, y mucho menos para Dios mismo?
¡Qué pregunta trascendental para hacernos!
Revisemos nuestras vidas, nuestro servicio, nuestras decisiones, todo lo que
somos y contestemos con un corazón sincero esa pregunta ¿qué clase de regalo
soy yo para Dios?
De la respuesta que demos a ella, depende lo
que seamos a partir de ese preciso momento. Y ello no depende de la actividad
que estemos realizando ya que:
“La calidad de vida de un hombre es proporcional
al compromiso que tenga ese hombre con la excelencia, independientemente de la
actividad que haya escogido” (Vince Lombardi)
Tatiana Sanzarowski
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