lunes, 9 de julio de 2012

Darle todo al Señor


Cuando era una jovencita que terminó la escuela secundaria, estaba decidida a continuar mis estudios y a tener una o dos carreras universitarias, para lo cual me inscribí en una universidad y comencé a cursar las primeras materias. Al  mismo tiempo conseguí un trabajo, donde iba a poder desarrollar lo que empezaba a estudiar.

Pasó todo un año, de esfuerzos, de estudios, de fracasos, algo que nunca antes me había ocurrido en lo concerniente a la escuela y las materias, ya que siempre fue fácil para mí estudiar y obtener buenas notas.
En esa misma época comencé a considerar seriamente a Dios y Su Voluntad. Era una creyente renacida desde  los 10 años, edad en que acepté a Cristo como mi Salvador Personal, a través del testimonio de  Mabel, mi maestra de la Escuela Dominical en la iglesia a la que comencé a asistir unas semanas antes.
Pero todos estos años de adolescencia, a pesar de aprender mucho de la Biblia y asistir cada semana a la iglesia, no tenía ningún compromiso con el Señor. Entonces a través de la Palabra de Dios y de testimonios de personas que vivían para El, comencé a orar y buscar que era lo que Dios quería para mi vida.

Así llegó el momento de consagrar mi vida, mi futuro y todo lo que yo sería al Dios que me había Salvado y que deseaba guiarme en Su camino. La consagración incluyó dejar mis propios planes de estudio y seguir los de Dios, en un instituto Bíblico, para conocerle más a El y a Su Palabra.

Y fue durante esta etapa de estudios iniciales de la Biblia, que descubrí “ese” versículo, de 2 Samuel 24:24... “no, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada.”

Estas palabras las pronunció el rey David cuando luego de haber censado al pueblo desagradando al Señor, Dios mismo comenzó la destrucción de su pueblo y David quiso ofrecer un sacrificio para aplacar Su Ira.  Arauna, el dueño de la tierra donde iba a levantar el altar, le ofreció que tomara todo lo que le hiciera falta para ello, pero David se negó a hacerlo así y compró por precio todo lo que usaría.

Esta historia conmovió mi corazón, ya que David no deseaba nada gratuitamente para darle a Dios, sino que quería ofrecer algo que le significase un esfuerzo. Y ésa fue también mi decisión en ese momento, yo deseaba servir a mi Dios, y hacerlo aunque me costase. Deseaba complacerlo a toda costa. Deseaba que mi vida y lo que hiciera, tuvieran valor para Dios.

Así fueron pasando los años… a veces recordando lo que había decidido; otras veces olvidándolo, en medio del fragor de las luchas, del “servicio mismo”, a través de los problemas y las alegrías. En alguna ocasión a lo largo de los años, he renovado ese voto de no darle a Dios nada sin valor.

Pero, creo que no fue suficiente… Hace unos días leí lo siguiente:

Lo que somos es el regalo que nos hace Dios. Aquello en lo que nos convertimos es nuestro regalo  a Dios”. (Citado por Eleanor Powel en People Hill Talk de John Kobal).

¡E inmediatamente recordé el versículo de 2 Samuel y todo su tremendo significado! Y no pude dejar de pensar en ello.

Dios me dio el regalo más precioso que alguien pudiera dar: entregó a su Hijo unigénito para que yo tuviese vida eterna.  (Juan 3:16) ¿Puede haber algo más costoso para entregar que un hijo? Los que somos padres sabemos que no lo hay. Ese Regalo de Dios me hizo lo que soy: una hija de Dios, con la posibilidad de servirle y de recibir sus más grandes bendiciones.

¿Y en qué me he convertido yo? ¿Qué clase de regalo soy yo para mi Dios? ¿Soy un holocausto que cuesta mucho? ¿O lo que le ofrezco es algo sin valor alguno, que no representa nada  para otros, y mucho menos para Dios mismo?

¡Qué pregunta trascendental para hacernos! Revisemos nuestras vidas, nuestro servicio, nuestras decisiones, todo lo que somos y contestemos con un corazón sincero esa pregunta ¿qué clase de regalo soy yo para Dios?

De la respuesta que demos a ella, depende lo que seamos a partir de ese preciso momento. Y ello no depende de la actividad que estemos realizando ya que:

“La calidad de vida de un hombre es proporcional al compromiso que tenga ese hombre con la excelencia, independientemente de la actividad que haya escogido” (Vince Lombardi)

Tatiana Sanzarowski

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